Reseña: un profesor ajeno al equipo y con experiencia en la docencia de E/LE nos ofrece su visión sobre la enseñanza.
En esta ocasión se ocupa de la reseña Yolanda Pérez Sinusía, profesora titular de español en la Escuela Oficial de Idiomas de la Comunidad de Madrid, además de Doctora en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid y coautora de materiales didácticos, entre otros. Podéis ampliar la información sobre Yolanda Pérez accediendo a la pestaña de RutaEle web Autores:
Para reflexionar sobre la docencia de español a extranjeros, se me hace imprescindible enlazar estas ideas con mi ruta personal docente. Empecé a impartir clases de ELE en 1999 fuera de España, como lectora en una universidad dentro del programa de la AECID. El año anterior me había formado con un Máster en ELE, uno de los pocos que había en aquel momento. Es decir, me fui primero con la formación recibida y por delante me esperaban unos años de enseñanza y aprendizaje en mi profesión realmente productivos y provechosos.
Durante la carrera de Filología Hispánica, nadie me había hablado de la posibilidad de orientar mi futuro profesional a la enseñanza de mi idioma a alumnos extranjeros. Las salidas laborales se reducían a preparar oposiciones para Secundaria y quedarme en un instituto de mi comunidad o de España o, tal vez, a conseguir un trabajo en la universidad o en alguna academia. Me recuerdo a mí misma tras terminar la carrera, irme de Erasmus, realizar el CAP y preparar los cursos de Doctorado, indagando por Internet sobre la manera de encauzar mis pasos laborales hasta que ya no recuerdo cómo surgió la idea del máster. Lo que sí tengo en la memoria es el hecho de preguntarme cómo nadie me había dicho aún que otra opción podría ser trabajar también fuera, lo que conllevaría enseñar mi lengua y cultura, viajar, conocer a gente nueva, otros países. La realización de un máster suponía seguir estudiando, pero ¿merecería la pena esa inversión de tiempo y esfuerzo, y le vería esta vez un futuro más claro? Afortunadamente, así fue. Aunque seguía preguntándome cómo en la carrera no habíamos estudiado al menos algo de lo aprendido en el máster.
Al llegar a mi nuevo destino, me sentía inmensamente feliz y realizada: tenía un espacio donde trabajar, alumnos, asignaturas que iba a impartir, estaba aplicando lo que sabía a la realidad del aula, estaba conociendo otra cultura, viajando y, además, me pagaban por hacer lo que me gustaba. ¿Qué más se podía pedir, no? Allí me encontré, por supuesto, con otros españoles, de carreras diferentes a la mía, sin ningún tipo de formación concreta en ELE que, “por sacarse un dinero” y “ser españoles”, daban también clases de español. Ah, ya… Vale.
Mi estancia como profesora de ELE en el extranjero terminó y decidí volver a mi ciudad. Encontré trabajo en los cursos de español para extranjeros que se impartían en la universidad. Genial. Mis alumnos. Mis cursos. Pero… me dijeron que iba a trabajar como “conferenciante” porque todo esto no estaba reglado y que esa era la figura a la que nos acogíamos los profesores de ELE, al menos en esta universidad y en el año 2002. Ya. Vale. Cuatro años así. Y otra vez a empezar a pensar. Quería estar en un sitio en el que se valorara mi trabajo con lo que me parecía lo mínimo, un contrato. Así, que de nuevo el “comecocos”, porque internamente mi voluntad de cambio era regular una situación que me parecía inconcebible y no tenía visos de llegar, al menos, de una manera inmediata.
Entonces, si por ahora me quedaba en España y quería que mi labor se reconociera, ¿adónde iba? En mi caso, (esto, desde luego, depende de cada uno), necesitaba una sensación de seguridad. Y vi que en ese momento (2006) la Escuela Oficial de Idiomas era la única institución pública que cuadraba un poco en lo que quería. Pero eso suponía estudiar otra vez, es decir, más cambios y más paciencia: cambio de ciudad (porque en la que yo vivía no había oposiciones en esa especialidad); paciencia para entrar en listas de interinos como primer paso y esperar a que te llamen. Llaman. Trabajo. Cuatro años y obtengo plaza. No es que haya sido un camino de rosas, porque también en lo “reglado” te encuentras con situaciones con las que no estás de acuerdo o a veces sientes que este sistema es profundamente injusto, pero, salvados esos obstáculos, ahora estoy aquí en la EOI, trabajando en lo que me gusta y respaldada por unas condiciones que no me disgustan, siento que pertenezco a esta sociedad en la que ejerzo un papel social y cultural con una de las mejores profesiones, y que además trabajo en lo que quiero por devoción y vocación.
Y sí, es necesario buscar unas condiciones laborales dignas en nuestra profesión, que sea respetada tanto por las instituciones o los centros que la ofrecen como por aquellos que se aventuran a impartirla, dejando atrás las nefastas ideas de que esto lo puede hacer cualquiera, me refiero al intrusismo, claro.
Es cierto que a veces no es fácil, o que a la primera, o igual a la segunda o a la tercera no se consigue, pero hay que ser persistente si se tiene claro lo que uno quiere. La pena es que no haya más plazas de profesores de ELE en instituciones públicas y que esto casi sea un “coto privado de caza”. No solo hablo de las Escuelas Oficiales de Idiomas, sino también de muchas universidades o centros de lenguas.
Lo que tengo claro es que después de todo este periplo, que ha merecido la pena, quiero seguir divirtiéndome en mis clases -seguro que todos tenemos nuestro anecdotario particular de situaciones cómicas que nos han sucedido en el aula-; seguir aprendiendo de y con mis nuevos alumnos. No me importa tener la sensación de que no desconecto nunca, de que voy viendo por ahí material en todas partes. No me importa, porque me gusta. Qué suerte tengo, qué suerte tenemos, ¿verdad?
Quiero contribuir en esta sociedad facilitando y guiando a mis estudiantes a aprender nuestro idioma, como bien ellos contestan cuando les preguntamos: -“¿Por qué y para qué estudias español?”: -“Porque quiero encontrar un trabajo en España o Hispanoamérica”; -“porque me parece que el español es uno de los idiomas más importantes del mundo”; -“para viajar”; -“porque vivo en España y lo necesito”; -“para poder hablar con mi novio/a, con mis amigos”… Y por unas largas causas y para unas finalidades concretas que rigen las vidas de cada uno. Esto mismo que responden mis alumnos es lo que pienso yo cuando me preguntan por la función de esta profesión.
Me gustaría terminar esta reseña apoyando el enorme trabajo que realizan las editoriales, las revistas como RutaEle, las asociaciones para difundir esta profesión y el trabajo de numerosos profesionales de esta especialidad, uno de los colectivos mejor preparados y formados y, donde, en líneas generales, me he ido encontrando con compañeros que aman este trabajo. Gracias a RutaEle por brindarme la oportunidad de realizar esta necesaria reflexión.
Yolanda Pérez Sinusía
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RutaEle ISSN 2254-1500
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