Enseñar ELE no es la única actividad a la que me dedico dentro del ámbito de la Filología, pero sí que puedo señalar que es aquella que me ha dado mayores satisfacciones personales y profesionales.
Mi experiencia como profesora de ELE fue para mí la clave de una carrera por la que deambulé preguntándome qué es la Filología realmente, y otras cuestiones del tipo: “¿para qué servimos los filólogos?”. Solo pude darles respuesta cuando empecé a enseñar español, pues la enseñanza de ELE es una labor que reúne a la perfección todo aquello que significa dedicarse al estudio de la palabra. Es en el aula de ELE donde he aprendido realmente que no se puede enseñar una lengua desgajada de su cultura, de la sociedad que la utiliza, de sus productos culturales y artísticos, de sus modos comunicativos y, en definitiva, de la manera de ver al mundo que esta representa.
Ser profesora de ELE me ha permitido seguir profundizando en aquello de lo que poco sabía aún cuando terminé mi formación universitaria: gracias a ello me hice las primeras preguntas importantes acerca de ciertas estructuras del lenguaje (no voy a detenerme aquí en aquellas que todo el que enseña ELE tiene en mente), indagué en los procesos mentales con los que nos acercamos a estas estructuras y descubrí la maravilla que supone la adquisición de otra lengua distinta a la materna.
En muchas ocasiones me he referido a la enseñanza de ELE como algo mágico, y es que no acierto a encontrar nada que describa mejor esa satisfacción personal a la que me refería al principio. Mi amor por esta actividad no fue algo vocacional, fue más bien una pasión que se fue desarrollando en el aula gracias al estímulo constante que supone saberse guía y compañera en una de las actividades cognitivas más fantásticas y satisfactorias que conozco.
Las personas que nos dedicamos a esto sabemos que el camino no es solo de ida y que la RUTA se realiza en buena compañía. La respuesta de mis estudiantes es el mayor estímulo y premio que se puede recibir en el aula de ELE. Siempre digo que recibo de mis estudiantes mucho más de lo que les doy, y creo no exagerar: me lo devuelven todo, pues pulen y hacen que destierre mis posibles prejuicios, me ayudan a seguir reflexionando sobre mi propia lengua, me motivan a conocer sus culturas y la mía, en definitiva, me hacen más humana.
Ser profesora de ELE es la actividad profesional que cultivo con más cuidado; ¿cómo no hacerlo así?: gracias a ella puedo conocer más el lenguaje y sus mecanismos, aprender a hacer cosas con palabras y profundizar en las manifestaciones culturales y artísticas de la lengua española. Enseñar ELE me hace amar más todavía la palabra y su mágico poder, me devuelve a los motivos que me llevaron a la Filología, pero esta vez sin preguntas y con todas las certezas.
Gracias, RutaELE, por acompañarnos en este camino
Prof. Dra. Virginia González.
Facultat de Filologia, Traducció i Comunicació
Universitat de València
Valencia, junio de 2014.
Descargar Reseña invitado R8.
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